La vida del cubano Justo Amado Ávila Díaz, fue un poco como el día de su partida el 1 de septiembre de 2022, el claroscuro de una tarde de calor intenso que fue cediendo lentamente a la enfermedad o la noche: una vida de combustión veloz hasta que llegó despacito la muerte y acabó de algún modo el dolor con un derrame inesperado y súbito. Un cubano en la frontera de Oaxaca con Veracruz, que dejó como legado el canto y la música a un pueblo que antes de él, no sabía que siempre han merecido el reconocimiento a su identidad singular como sotaventinos oaxaqueños.
A la Casa del Pueblo de Papaloapan le pusieron el nombre de “
Justo Amado Ávila Díaz”, en honor a un cubano que llegó en 2007 a dejarles un legado de canto y música jarocha y no pudo ver terminada la obra. A un año de su muerte, su esposa, sus hijos y niños cuenqueños le rinden tributo con son en tarimas y décimas que reivindican la cultura sotaventina.
Un pueblo de mulatos que no saben que son negros
La existencia de Justo Amado se extinguió cuando estaban todas las promesas de la vida prendidas para él y su familia oaxaqueña: inaugurar una casa de cultura para enseñar música a los niños tuxtepecanos de comunidades junto al río, un intercambio cultural entre la jornada cucalambeana del campesinado cubano y el son jarocho oaxaqueño.
Quería llevar el son y la tarima a la Guelaguetza para reclamar la identidad de Papaloapan como una cultura fronteriza. Todos sueños arrebatados por el cáncer, como 18 años antes, cuando su madre también murió por esta enfermedad y fue la última vez él que estuvo en Cuba.










Fue un cubano que tuvo como primer amor la música, y después el amor revelado por Betsabé Pantoja Camarero, una oaxaqueña jarocha que conoció en Cancún, extenuado de viajes por España, Canadá, Portugal y Japón en giras con la orquesta caribeña de Elito Revé y su Charangón cuando iniciaba el siglo.
Un cubano en el exilio que encontró nuevos motivos para vivir en Papaloapan, una tierra olvidada en el extremo norte de Oaxaca, que era muy parecida a la provincia de Las Tunas donde él nació en 1967. Un pueblo lleno de patios, azoteas con jardines, mulatos que no saben que son negros, mestizos que apenas saben que la bullanga es algo que llevan en la sangre, las casas blancas con sembradíos de plátanos y un río profundo atravesando la caña brava. Justo Amado Ávila Díaz, nunca había podido volver a la isla que extrañaba, encontró el amor de su vida en Betsabé, en los dos hijos que tuvieron y en el calor tropical de Papaloapan, su nueva Cuba.
“El Platanero”
Betsabé Pantoja Camarero está rodeada de niños en la Casa del Pueblo. Está junto a una docena de pequeños que no rebasan los diez años y sudan a mares, mientras sus mamás los animan y aplauden. Los niños llevan guayaberas y camisas blancas con bordados de colibríes en el pecho, en sus cuellos portan paliacates rojos. Las niñas con el pelo recogido y enaguas largas de colores, tocan las percusiones y los panderos.
-Amado decía que Papaloapan era igual a su casa en Cuba. La gente era muy parecida a la cubana, amable, alegre, nos casamos y llegamos unas vacaciones en 2007 y ya no se quiso ir, incluso dejó una gira por Europa, siempre pensó que aquí podría empezar de cero, construir lo que no había, dice.
Betsabé Pantoja trae una falda floreada negra, una blusa blanca con bordado de gancho, donde dicen que las jarochas plasman su tristeza o su alegría a través de hilos con formas de pájaros. Betsabé canta un son llamado “El platanero”, que compuso Justo Amado, para dar a conocer Papaloapan, mientras sus hijos Yordanis y Arley tocan las guitarras.
-Él compuso “El Platanero”, porque siempre que íbamos a otros lugares no sabían dónde estaba el pueblo, pensaban que éramos solo un río, o algún lugar de la Cuenca, o de Veracruz, y averiguamos que Papaloapan existe desde hace más de un siglo, incluso antes que Tuxtepec o muchos pueblos de la frontera jarocha. Betsabé dice que Amado además de músico era conocedor de la historia de los pueblos, que había estudiado en la Escuela Nacional de Artes en Santiago de Cuba, antes de recorrer medio mundo como bajista y vocalista de grupos de son cubano y música bullanguera. Igual que ella, que terminó su carrera de contadora en el Tecnológico de Tuxtepec, cumplió a su padre la promesa de terminar sus estudios y se dedicó a su pasión verdadera.
-Le dije, papi, aquí está el título pero me gusta la música y me preparé para ser maestra de canto. Amado hizo lo mismo, siguió su pasión a todas partes, era un compositor nato, hasta inventó una guitarra que se llama “tresillo”, una guitarra de cuerdas dobles que tocan en las zonas rurales de cuba. Cuando Betsabé habla su respiración se corta, su mirada parece entrar en un túnel donde se esfuerza en que salgan a luz las cosas más luminosas.
La casa de “El Cubano”
Los niños hacen un tributo musical a Justo Amado en medio del calor intenso. Han venido desde varios lugares de la ciudad de Tuxtepec, que está a 16 kilómetros, y de los pueblos nacidos en el cauce fronterizo del río que llega al mar del Golfo de México: Pueblo Nuevo, Santa Rosa, San Isidro, Santa Cruz, Otatitlán, Tres Valles, Novara, San Bartolo, niños y niñas oaxaqueños y veracruzanos que no son saben de fronteras bailando y tocando son jarocho en honor a un maestro que les dejó hace poco.
Bailan y hay una alegría extraña en la humedad, no puede distinguirse si hay más alegría que desconsuelo.
A la Casa del Pueblo, que es una extensión de la Casa de la Cultura regional ubicada en Tuxtepec, le pusieron el nombre de “Justo Amado Díaz” en honor a “El Cubano”, como era conocido en la Cuenca el músico originario de Las Tunas. Cuenta Betsabeé que él ya no pudo ver cumplido ese sueño que persiguió por seis años. Tener un espacio digno donde los niños aprendieran la historia del pueblo más allá de las versiones oficiales. Que muchos niños pasaron por ese espacio que un día estuvo en ruinas y es un icono del pueblo porque fue de las primeras construcciones frente al parque, y cerca de las vías que atraviesan la frontera.
La Casa del Pueblo que antes se llamó “Rio de las Mariposas”, aún no está terminada. Por años sobrevivió con colegiaturas de 50 pesos mensuales a niños de las comunidades. Hay losas de cemento sin pulir y no cuenta con los aires acondicionados prometidos por el gobierno municipal de Tuxtepec, para que los niños resistan las altas temperaturas. Los niños para aprender se prestan las guitarras, uno se lo lleva un día, la devuelve y se la llevo otro, no tienen acceso a instrumentos por ninguna dependencia de cultura; en el centro de la casa hay una pequeña mesa con una foto grande de “El Cubano”, al lado de un pizarrón que dice, “así suena el campo”.
-Teníamos el proyecto de un disco. Él quería ir a Camagüey y llevar la música tradicional de nosotros a la Isla. “El Platanero”, él decía que debía representar a la región porque nuestra historia está ligada al plátano macho, al rio, a los negros. Betsabé ama a su esposo por los mundos construidos para niños pobres, por la necedad y el sueño de sacarlos de la violencia con las clases de piano, la percusión o la jarana.
Músicos en un país perdido
-A Amado le entristecía mucho la situación de Cuba. Él compuso una canción en protesta que pensaba dársela a su hermano cuando se vieran en Miami. Hay muchas cosas que quedaron pendientes, el papá de Amado murió hace dos años de Covid y por la política de la isla no pudimos hacer nada, cuenta Betsabé. Ha pasado el baile y la música jarocha, las niñas pequeñas corren a los brazos de sus madres.
-¿Pasó lo mismo con él? ¿Pudo venir su familia de Cuba?, pregunto.
-No, no vino nadie de su familia, no pudieron. Él dejó dos hijos en Cuba de un primer matrimonio que no pudieron venir, tampoco sus hermanos, solo lo vieron por videollamada y las fotos que les enviamos del funeral.
Betsabé llora apenas, enseña el pasaporte de Amado como una reliquia. Habla de su esposo como si estuviera, como sino hubiera existido la pérdida. A veces se le olvida que no está, que falleció a unas calles, en la segunda casa que rentaron cuando llegaron en 2007. Dice que juntos podían muchas cosas, que sobrevivieron al incendio de su casa en 2014, que a pesar de las pérdidas tenían un grupo llamado “Trio Cubano”, donde participaban junto al mayor de sus hijos, que tocaban y cantaban son y cumbia en eventos de los pueblos, y hacían actividades culturales con instituciones.
-Gracias a él yo supe que también tengo sangre cubana. Que mi abuelo llegó de La Habana en un barco a trabajar en los platanales y conoció a mi abuela, que era de Paso Nuevo, Veracruz. Que mi abuelo era un señor alegre que le gustaban las muchachas y anduvo de coscolino por Alvarado y Tres Valles, relata.
Betsabé, es una mujer descendiente de cubanos que habitaron un pequeño estero de mulatos, que criaban ganado y recolectaban plátano hace muchos años del otro lado del río, con un cubano que la amó en una nueva isla de humedad intensa. Un par de músicos en un país perdido.



