Una mirada atenta sobre la vida
Uno de los derechos centrales de las democracias del mundo es el derecho a la libertad de expresión y, sin embargo, es uno de los que, con más frecuencia levanta polémicas y discusiones. Sin embargo, todo eso sucede generalmente entre las élites que tienen el privilegio de ejercer ese derecho, entre quienes pueden pelearse esos micrófonos que, al final de cuentas, circulan entre muy pocas manos. Pero, fuera de esos espacios la diversidad de voces, historias y realidades estalla en ebullición y pocas veces se da cuenta de ello en las grandes plataformas informativas. La libertad de expresión no puede cumplirse a cabalidad si no se toman en cuenta la diversidad de historias, de puntos de vista, de problemas y opiniones que en verdad conforman eso que llamamos realidad actual.
Si hay un área geográfica en este país cuyo nombre puede ser el sinónimo de la palabra diversidad, esa área es Oaxaca. En uno de los corazones de lo que se ha llamado Mesoamérica, Oaxaca contiene múltiples y contrastantes universos culturales, políticos y lingüísticos que pueden ser presa fácil de la mirada folclorizante que coloca estas diversidades al servicio del mercado o de los intereses políticos estatales. En oposición, las historias que se presentan aquí a continuación exploran estas diferentes realidades para dar cuenta de que Oaxaca no es lo que la cada vez más agresiva oferta turística nos presenta.
El periodismo narrativo que vamos a encontrar en las historias presentadas aquí, sea de indígenas acusados falsamente de ser guerrilleros o de un campesino mixteco con vocación de arqueólogo, surge de una mirada atenta sobre la vida de naciones y comunidades a donde la lente periodística pocas veces llega. Con el oficio de quien, además de escribir, tienen vocación de observador minucioso que escucha también con atención, las historias se van desgranando para revelarnos una Oaxaca afrodescendiente que ha sido históricamente negada, una Oaxaca de mujeres que luchan y crean arte, de comunidades que erigen los restos de mastodontes de hace miles de años como símbolos de su identidad actual. En estas páginas también hallaremos los testimonios de niños y niñas que tienen una fuerte relación simbólica con un norte a dónde se han ido sus padres, un norte que ha dejado casi sin habitantes a cientos de comunidades Oaxaqueñas; encontraremos cómo, en flujo contrario, migraciones de otras latitudes han enriquecido las prácticas culinarias y musicales de otras comunidades. Al navegar estas crónicas, hallamos elementos religiosos, como el culto a la Santa Muerte, que irrumpen con cada vez más potencia en la vida de Tuxtepec mientras que en otra comunidad se guarda celosamente la tradición del Día de muertos. Entre las líneas de cada narración emergen, casi naturalmente, la denuncia; las narraciones se van desarrollando y aparecen las desigualdades, las injusticias flagrantes, la represión a las luchas políticas, la violencia sistemática, la ley que se tuerce para castigar a quienes luchan por mejorar sus condiciones de vida, la pobreza y el olvido a la que se condena a otras tantas comunidades.
La Oaxaca que se encuentra en estas líneas es compleja y profundamente contrastante en sus maravillas y en sus tristezas, estas historias son una cura contra el folclor con el que nos han envuelto a los diversos pueblos de esta región del mundo para ofrecernos al mercado. El periodismo narrativo es tal vez el género más adecuado para esta tarea pues se necesita de atención, de una lentitud que desafía una demanda y consumo informativo que emergen y se pierden en la inmediatez, que no dejan paso a la lectura lenta, al análisis, que no dan lugar en nuestra mente a las reverberaciones y reflexiones posteriores que nos deja la lectura de una buena historia. Antonio Mundaca, refleja en sus letras una Oaxaca a la que ha mirado y escuchado atentamente, ha convertido en protagonistas a personas a las que raramente el periodismo ofrece un micrófono y nos presenta así lo mejor del periodismo narrativo Oaxaqueño.
El número 20 es un número fundamental para los pueblos mesoamericanos y constituye una de las bases de nuestro antiguo calendario, el 20 representa una cuenta completa, un ciclo entero. El número 20 da nombre a una de las tres montañas más altas de Oaxaca, el E’px Tukp o Zempoaltépetl, el cerro sagrado del pueblo mixe; la mayoría de las lenguas que se hablan aquí tienen también un sistema numérico vigesimal, cambian de 20 en 20. No podía entonces ser más simbólica la elección de estas 20 historias que surgen de las entrañas de Oaxaca y que nos invitan a viajar para completar una cuenta completa de nuestra realidad. Emprendamos pues el camino.
Yásnaya Aguilar