Mil Islas, el paraíso de los mazatecos despojados

Debajo del agua profunda de la zona turística de Mil Islas están los cementerios y la memoria del pueblo mazateco que fue inundado en 1959 para construir la Presa Temascal; la gran obra de infraestructura que inundó las llanuras del norte oaxaqueño y que el gobierno de entonces, consideró vital para impulsar la luz eléctrica y el desarrollo de pueblos indígenas fronterizos.

Durante aquella inundación, Don Porfirio López tenía 12 años, y se guareció con su familia en los terrenos altos de la barbasquera. Nunca nadie hizo el recuento de las personas ahogadas que se resistieron a salir de sus tierras de cultivo. Hubo avisos primero, luego amenazas y al final, un 18 de junio, dice Don Porfirio que la represa abierta sepultó a las personas con sus tierras dentro del agua. Los sobrevivientes que decidieron no salir, se fueron a las tierras altas y el agua desbordada los aisló del mundo. En la creación del paraíso escondido de Mil Islas no hay un nacimiento mítico.

Don Porfirio, dice que nunca habían ido reporteros el costado de su isla, todos toman rumbo a Cerro Quemado, un lugar exuberante e icónico al otro lado del municipio de San Pedro Ixcatlán, que tiene miradores para los que sólo van por las fotos y la belleza, dice que ni a la gente de la cabecera municipal le gusta llegar a estas tierras desiertas, casas apiladas sin agua potable ni drenaje, en medio de una presa que contiene 300 millones de metros cúbicos de agua dulce, según la Comisión Nacional del Agua (CNA).

Al interior de la belleza del destino turístico de Mil Islas, en el norte de Oaxaca, se encuentra el pueblo mazateco inundado en 1959, desde entonces no han visto el desarrollo prometido; a pesar de vivir en un embalse de 300 millones de metros cúbicos de agua dulce, sus casas no tienen agua potable ni drenaje

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En el embarcadero de San Pedro, Tomás López, uno de los nietos de Don Porfirio nos espera. El sol cenizo y ardiente cae en picada sobre nosotros. Las aguas están tranquilas. Mientras la lancha avanza, a lo lejos hay montañas que parecen flotar sobre el estero. El agua está fresca al tacto, pero el líquido por momentos se torna denso cerca de los criadores de peces que se multiplican con edificaciones metálicas en el paisaje costero.

Tomás tiene 20 años y desde niño se dedica al negocio del transporte por las aguas de las islas. Cree al principio que nuestra ruta es un viaje turístico, y quiere mostrarnos el paraíso. La pequeña embarcación se adentra en el agua con un motor que se siente ligero. Desde adentro puede verse en las orillas terraplenes con embarcaciones viejas ancladas, y de nuevo, como al principio del viaje, cestas industriales para criar artificialmente mojarras tilapias.

¿Sabes por qué hay zonas donde el agua se ve tan turbia?, le pregunto.

-Son los criaderos, los desechos de los pescados no tienen a dónde ir y se asientan, cuando yo estaba chamaco era un agua clarita, -dice Tomás, le pedimos entonces que nos lleve con su familia. Es la tercera generación de hombres que se dedican a las lanchas, él es parte de un grupo de 30 lancheros mazatecos metidos en ese negocio en su municipio.

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Llegamos a la colonia Cuauhtémoc a 3 kilómetros por la costa de la represa. La llaman colonia, pero son casas amontonadas en un peñasco sin agua corriente. Las casas tienen vista a la presa, parecen torre vigías desde donde puede verse cuando entran y salen los extraños; el pequeño asentamiento tiene escaleras para subir a lo alto del cerro. Los habitantes se mueven en lanchas: embarcaciones con animales, embarcaciones con cruces religiosas, embarcaciones con electrodomésticos en la ribera del paraíso perdido.

Porfirio López fue entrevistado al lado de sus nietos, un remolino de niños y adolescentes que hablan español apenas, y ayudan a traducir sus palabras. Su voz es tenue, firme y tenue. Cuando pronuncia el mazateco señala los remolinos de agua, vuelve a los ríos profundos debajo de la presa que nunca perdieron su cauce y el conoce a la perfección, porque fue el primer lanchero que tuvo Ixcatlán, un oficio que ejerció durante 42 años hasta que ya no le dieron la fuerza de sus brazos.

Nos muestra la colonia Cuauhtémoc en los peñascos de ixcatecos a donde tuvo que ir a construir su casa huyendo de los temporales del interior de las islas. Don Porfirio es un sobreviviente.

-Mi papá sembraba ajonjolí, trabajábamos el campo, pero la inundación se llevó todo, mire lo que nos dejaron, todos se fueron de aquí, se fueron donde pudieron, antes había naranjas, cocos, pescábamos langostinos grandotes, de todo, ahora ni agua para tomar tenemos, -Don Porfirio agacha la mirada. Pone una mano sobre otra como si volviera a un lugar en la memoria que empieza a ya no estar.

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Mil Islas son riscos de montañas que sobresalen del agua de la presa y han sido oficialmente reconocidas como reserva natural según la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp). El territorio de agua abarca las costas ribereñas de los municipios de San Lucas Ojitlán de lengua originaria chinanteco; San Miguel Soyaltepec y San Pedro Ixcatlán de lengua mazateca. Son comunidades con fronteras mezcladas donde sólo los más viejos conocen los límites.

“El límite de los pueblos es donde estaban los panteones y las iglesias que inundó el gonierno”, cuenta Manuel López, hijo de don Porfirio y papá de Tomás. Él cree que la publicidad sobre Mil Islas es un engaño necesario. De no ser por los turistas que llegan en Semana Santa, tal vez no tendrían nada. El problema es que es un acontecimiento que ocurre una vez por año, el resto de los meses deben vérselas como puedan y es ahí donde el negocio de la pesca industrial ha ido acabando con la salud de las comunidades.

“Hace nueve años salió un proyecto de lanchas, nos dijeron que nos iban a hacer lancheros como los de Tlacotalpan, pero no llegó. Hace siete años dijeron que iban a meter maquinaria para desazolvar el agua, pero también nos mintieron”. Manuel tiene 46 años y desde hace cinco, dejó el trabajo de campesino y lanchero para dedicarse a la pesca, pero también de ese negocio está desilusionado.

“En lo que va del año invertimos para recolectar 30 toneladas de peces, pero sólo pudimos vender dos, el gobierno nos dona a veces crías de alevines y se desatiende, dice que con eso ya nos apoyó, pero de mil crías no se saca ni media tonelada porque el agua de la presa se calienta y mata los peces”, denuncia.

Dice que los gobiernos estatal y federal insisten en decir que el agua de Mil Islas y de los embalses de la presa no está contaminada. “Siempre nos han mentido, mintieron cuando nos inundaron, mienten con los proyectos, mienten diciendo que somos un paraíso para que la gente voltee hacia otro lado”.

El calor en San Pedro Ixcatlán ronda los 40 grados a la sombra. Estamos a 547 kilómetros de la ciudad de Oaxaca, en medio de algo parecido a un océano que se calienta forzadamente. En al muelle hay letreros que anuncian pescaderías al lado de consignas ejidales que exigen justicia para indígenas reubicados por la inundación en páramos veracruzanos.

Al volver a tierra firme hay letreros que mandan a Cerro Quemado, para tener una vista panorámica de Mil Islas. La libreta tiene apuntes de las palabras de Don Porfirio: “Lo que más le dolió a nuestra gente es que nos dejaron sin un lugar dónde enterrar a nuestros muertos”.

DATOS

  • San Pedro Ixcatlán es un municipio de 10 mil 368 habitantes, según el censo 2020 del Inegi
  • El grupo étnico y lingüístico al que pertenecen es el mazateco, que en español significa “gente del venado”